Washington D. C. – La reciente decisión china de acelerar el paso en la transición verde es una de las raras novedades esperanzadoras que destacan en la lúgubre avalancha de noticias sobre el cambio climático: a principios de marzo, durante la Asamblea Popular Nacional de China, el primer ministro Li Qiang anunció que su país acelerará las inversiones en proyectos de energías limpias. El plan es que un «nuevo trío» de sectores —paneles solares, vehículos eléctricos y baterías de litio— reemplace al «viejo trío» de vestimenta, mobiliario y electrodomésticos, e impulse el crecimiento económico. Aunque la inversión en esos sectores no será suficiente para revertir la desaceleración económica que atraviesa el país, Occidente debiera apreciar las implicaciones del anuncio de Li.
Hay una transición verde mundial en marcha desde hace tiempo; a esta altura, tanto los países como las empresas han aceptado en gran medida el paso a las energías limpias. Según la Agencia Internacional de la Energía, en 2023 el aumento interanual de capacidad en energías renovables creció casi el 50 %, a 507 gigavatios, lo que constituyó la tasa de crecimiento más rápida en las últimas dos décadas. La Unión Europea, Estados Unidos y Brasil, en especial, instalaron una capacidad récord de energías renovables. Pero fue China, por lejos, la que más creció: encargó en 2023 la misma capacidad de energía fotovoltaica solar que el mundo entero en 2022, y aumentó su capacidad eólica un 66 % en términos interanuales.
La decisión China de aumentar el gasto podría acelerar aún más este cambio, que marca un hito, y contribuir al cumplimiento de los objetivos climáticos adelantando el punto de inflexión en el consumo de combustibles fósiles y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, sugiere que las políticas industriales localizadas no impiden, sino que facilitan, la descarbonización.
Por otra parte, el presidente estadounidense Joe Biden marcó el comienzo de una nueva era para la política industrial al aprobar la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por su sigla en inglés) —que prevé gastos de USD 800 000 millones, entre los que se cuentan USD 391 000 millones destinados a la energía y el cambio climático— y la Ley Bipartidista de Infraestructura (BIL, por su sigla en inglés), con recursos de USD 1,2 billones (millones de millones). Esa estrategia impulsó a la UE a implementar una gran cantidad de subsidios verdes. Y ahora China enfrenta sus tribulaciones económicas destinando aún más recursos a la descarbonización.
Al mismo tiempo, la mayor cantidad de productos verdes baratos chinos —resultado probable de la apuesta de ese país a las tecnologías emergentes— no fluirá hacia EE. UU. debido a la política industrial de este último. El gobierno estadounidense ya impuso aranceles a las importaciones de productos estratégicos chinos. Y debido a que la IRA y la BIL implican flujos masivos de dinero hacia las producción e instalación de energías limpias locales, el gobierno de Biden está considerando nuevas medidas proteccionistas para evitar que China debilite al mercado estadounidense.
Es algo frustrante para los defensores del libre comercio, ya que implica que los paneles solares, vehículos eléctricos y baterías chinos no estarán, por lo pronto, disponibles en Estados Unidos. Y si Donald Trump triunfa en noviembre las cosas no harán más que empeorar: el expresidente ha propuesto un arancel extremadamente elevado, del 60 %, para todas las importaciones desde China.
Aunque el precio de la transición energética para los estadounidenses es elevado, vale la pena. Con la defensa de sus empresas locales, el gobierno de EE. UU. probablemente cause que los productos chinos terminen en otros países, especialmente aquellos en desarrollo, lo que permitiría a sus habitantes comprar productos con tecnologías limpias a bajos precios. Más importante aún es que si los países en desarrollo aprovechan esta oportunidad, podrían acelerar sus propias transiciones verdes.
Por ejemplo, el primer ministro de la India, Narendra Modi, cuyo plan para lograr emisiones netas nulas en 2070 es extremadamente insuficiente, debiera aprovechar el repentino aumento de las tecnologías verdes chinas, lo que implica, en el corto plazo, usar productos chinos para cerrar las brechas del sector indio de energías limpias. Modi debiera además convencer a las empresas chinas para que construyan fábricas adicionales en la India, lo que facilitaría las transferencias de tecnología, crearía empleo y reduciría el costo de las tecnologías verdes.
De igual modo, los líderes africanos debieran electrificar sus economías con los productos y tecnologías verdes chinos. Así como muchos países africanos saltaron directamente a las redes móviles sin invertir primero en el tendido de líneas telefónicas, deben hacer lo mismo con las energías limpias y evitar el uso de combustibles fósiles. Es, ciertamente, un desafío, pero ese enfoque se adapta bien a un continente con recursos solares y eólicos abundantes, y la necesidad de soluciones energéticas distribuidas. Además, los países africanos con grandes depósitos de tierras raras debieran trabajar con las empresas chinas para escalar posiciones en la cadena de valor y crear más empleo.
Cada vez que los directores ejecutivos de las empresas y los responsables políticos se reúnen en las conferencias climáticas o en Davos se escucha a la cantinela de siempre: la transición verde debe ser justa. Para ello habría que invertir un billón de dólares al año en energías limpias en los países con ingresos bajos y medios, lo que implica septuplicar la inversión actual. Aunque se necesitan fondos de manera desesperada, el aumento de la inversión china en las energías limpias podría ser una parte importante de la solución.
En última instancia, China y EE. UU. (al igual que la UE) deben llegar a un acuerdo sobre la definición del comercio libre y justo de productos verdes. Pero, mientras tanto, y considerando el imperativo existencial de reducir a cero las emisiones netas, debiéramos alegrarnos por los planes de inversión chinos, aun cuando nos preocupen sus consecuencias para la industria estadounidense. Por ahora, puedo conducir un vehículo eléctrico estadounidense fabricado por Ford o Tesla, pero espero algún día tener la opción de comprar uno producido por la empresa china BYD. Estaré, de cualquier manera, viajando hacia un futuro menos contaminante.
Traducción al español por Ant-Translation
Washington D. C. – La reciente decisión china de acelerar el paso en la transición verde es una de las raras novedades esperanzadoras que destacan en la lúgubre avalancha de noticias sobre el cambio climático: a principios de marzo, durante la Asamblea Popular Nacional de China, el primer ministro Li Qiang anunció que su país acelerará las inversiones en proyectos de energías limpias. El plan es que un «nuevo trío» de sectores —paneles solares, vehículos eléctricos y baterías de litio— reemplace al «viejo trío» de vestimenta, mobiliario y electrodomésticos, e impulse el crecimiento económico. Aunque la inversión en esos sectores no será suficiente para revertir la desaceleración económica que atraviesa el país, Occidente debiera apreciar las implicaciones del anuncio de Li.
Hay una transición verde mundial en marcha desde hace tiempo; a esta altura, tanto los países como las empresas han aceptado en gran medida el paso a las energías limpias. Según la Agencia Internacional de la Energía, en 2023 el aumento interanual de capacidad en energías renovables creció casi el 50 %, a 507 gigavatios, lo que constituyó la tasa de crecimiento más rápida en las últimas dos décadas. La Unión Europea, Estados Unidos y Brasil, en especial, instalaron una capacidad récord de energías renovables. Pero fue China, por lejos, la que más creció: encargó en 2023 la misma capacidad de energía fotovoltaica solar que el mundo entero en 2022, y aumentó su capacidad eólica un 66 % en términos interanuales.
La decisión China de aumentar el gasto podría acelerar aún más este cambio, que marca un hito, y contribuir al cumplimiento de los objetivos climáticos adelantando el punto de inflexión en el consumo de combustibles fósiles y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, sugiere que las políticas industriales localizadas no impiden, sino que facilitan, la descarbonización.
Por otra parte, el presidente estadounidense Joe Biden marcó el comienzo de una nueva era para la política industrial al aprobar la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por su sigla en inglés) —que prevé gastos de USD 800 000 millones, entre los que se cuentan USD 391 000 millones destinados a la energía y el cambio climático— y la Ley Bipartidista de Infraestructura (BIL, por su sigla en inglés), con recursos de USD 1,2 billones (millones de millones). Esa estrategia impulsó a la UE a implementar una gran cantidad de subsidios verdes. Y ahora China enfrenta sus tribulaciones económicas destinando aún más recursos a la descarbonización.
Al mismo tiempo, la mayor cantidad de productos verdes baratos chinos —resultado probable de la apuesta de ese país a las tecnologías emergentes— no fluirá hacia EE. UU. debido a la política industrial de este último. El gobierno estadounidense ya impuso aranceles a las importaciones de productos estratégicos chinos. Y debido a que la IRA y la BIL implican flujos masivos de dinero hacia las producción e instalación de energías limpias locales, el gobierno de Biden está considerando nuevas medidas proteccionistas para evitar que China debilite al mercado estadounidense.
Es algo frustrante para los defensores del libre comercio, ya que implica que los paneles solares, vehículos eléctricos y baterías chinos no estarán, por lo pronto, disponibles en Estados Unidos. Y si Donald Trump triunfa en noviembre las cosas no harán más que empeorar: el expresidente ha propuesto un arancel extremadamente elevado, del 60 %, para todas las importaciones desde China.
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Aunque el precio de la transición energética para los estadounidenses es elevado, vale la pena. Con la defensa de sus empresas locales, el gobierno de EE. UU. probablemente cause que los productos chinos terminen en otros países, especialmente aquellos en desarrollo, lo que permitiría a sus habitantes comprar productos con tecnologías limpias a bajos precios. Más importante aún es que si los países en desarrollo aprovechan esta oportunidad, podrían acelerar sus propias transiciones verdes.
Por ejemplo, el primer ministro de la India, Narendra Modi, cuyo plan para lograr emisiones netas nulas en 2070 es extremadamente insuficiente, debiera aprovechar el repentino aumento de las tecnologías verdes chinas, lo que implica, en el corto plazo, usar productos chinos para cerrar las brechas del sector indio de energías limpias. Modi debiera además convencer a las empresas chinas para que construyan fábricas adicionales en la India, lo que facilitaría las transferencias de tecnología, crearía empleo y reduciría el costo de las tecnologías verdes.
De igual modo, los líderes africanos debieran electrificar sus economías con los productos y tecnologías verdes chinos. Así como muchos países africanos saltaron directamente a las redes móviles sin invertir primero en el tendido de líneas telefónicas, deben hacer lo mismo con las energías limpias y evitar el uso de combustibles fósiles. Es, ciertamente, un desafío, pero ese enfoque se adapta bien a un continente con recursos solares y eólicos abundantes, y la necesidad de soluciones energéticas distribuidas. Además, los países africanos con grandes depósitos de tierras raras debieran trabajar con las empresas chinas para escalar posiciones en la cadena de valor y crear más empleo.
Cada vez que los directores ejecutivos de las empresas y los responsables políticos se reúnen en las conferencias climáticas o en Davos se escucha a la cantinela de siempre: la transición verde debe ser justa. Para ello habría que invertir un billón de dólares al año en energías limpias en los países con ingresos bajos y medios, lo que implica septuplicar la inversión actual. Aunque se necesitan fondos de manera desesperada, el aumento de la inversión china en las energías limpias podría ser una parte importante de la solución.
En última instancia, China y EE. UU. (al igual que la UE) deben llegar a un acuerdo sobre la definición del comercio libre y justo de productos verdes. Pero, mientras tanto, y considerando el imperativo existencial de reducir a cero las emisiones netas, debiéramos alegrarnos por los planes de inversión chinos, aun cuando nos preocupen sus consecuencias para la industria estadounidense. Por ahora, puedo conducir un vehículo eléctrico estadounidense fabricado por Ford o Tesla, pero espero algún día tener la opción de comprar uno producido por la empresa china BYD. Estaré, de cualquier manera, viajando hacia un futuro menos contaminante.
Traducción al español por Ant-Translation