WASHINGTON D.C. – Muchos de nosotros habíamos guardado esperanzas, quizás de manera ingenua, acerca de que los líderes mundiales que se reunieron en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow el otoño pasado iban a acelerar significativamente los esfuerzos internacionales y nacionales dirigidos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No fue así. Los gobiernos lograron algunos avances con respecto a las emisiones de metano, la deforestación, y la transición a los vehículos eléctricos. Pero otras medidas necesarias, sobre todo, compromisos y planes nacionales mucho más ambiciosos, se pospusieron un año más.
El mundo no puede darse el lujo de perder más tiempo. De acuerdo a las tendencias actuales, nos quedan diez años antes de agotar nuestro presupuesto global de carbono, llegar a puntos de inflexión interconectados y sin retorno, y cruzar entre accidentes el límite de 1,5º Celsius de calentamiento global, límite que los gobiernos y los científicos advierten que es esencial no cruzar, si deseamos que nuestros hijos y nietos tengan un futuro habitable.
Entonces, ¿qué se debe hacer? Como máxima prioridad, los reguladores y los bancos centrales deberían cobrar a los bancos el precio real de sus contaminantes carteras de préstamos para combustibles fósiles, cambiando permanentemente de este modo los incentivos, es decir inclinándolos en favor de la financiación de la transición verde.
Tal como Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha dejado bien claro: se debe detener la explotación y el desarrollo de nuevos yacimientos de petróleo y gas. La AIE también advierte de que el mundo no puede construir ninguna nueva central eléctrica de carbón si quiere alcanzar el objetivo de emisiones netas cero para el año 2050 y, por lo tanto, limitar el aumento de la temperatura global a un nivel seguro.
El endurecimiento de los requisitos de capital relativos a la financiación de proyectos de combustibles fósiles puede ayudarnos a alcanzar este objetivo. En concreto, se debería exigir que los bancos paguen un cargo de capital “uno por uno” por cualquier préstamo nuevo para combustibles fósiles, tal como propuso recientemente una coalición internacional de inversores, académicos y grupos de la sociedad civil. Además, los reguladores deberían introducir un cargo de capital a los préstamos para combustibles fósiles que ya estén en existencia. Este cobro obligatorio dependería de la naturaleza de la actividad financiada y aumentaría con el pasar del tiempo.
De esta manera, el cambiar los incentivos de inversión que se brindan a los bancos tendría efectos inmediatos y rápidos en las estrategias y carteras de dichos bancos. Al tomar estos pasos simples pero importantes, los responsables de la formulación de políticas alinearían las regulaciones de capital con el creciente consenso climático internacional entre bancos centrales, muchos de los cuales en la actualidad aceptan que sus mandatos contengan un requisito implícito sobre tomar medidas con respecto al cambio climático a fin de ayudar a garantizar la estabilidad financiera.
El Comité de Supervisión Bancaria de Basilea está estudiando actualmente la forma cómo la regulación debe tratar los riesgos en materia de cambio climático. Estos tecnócratas deben tomar la iniciativa y hacer que los contaminadores del clima paguen, subrayando de esta manera la necesidad absoluta de poner un alto al otorgamiento de nuevos préstamos dirigidos a combustibles fósiles.
Cuando los grupos de presión que cabildean a favor de los bancos afirman que dicha medida sería demasiado costosa, la respuesta apropiada es: “¿Comparándola con qué?” La reaseguradora Swiss Re, que cuenta con algunos de los mejores modeladores climáticos del mundo, calcula que una quinta parte de los países se enfrenta a un posible colapso de sus ecosistemas debido a la pérdida de biodiversidad y pronostica que no actuar con respecto al cambio climático podría costar hasta el 18% del PIB mundial para el año 2050. La economía europea podría contraerse un 10,5%. Este costo – la realidad multibillonaria y candente de la inacción y la demora – es demasiado alto como para que lo soportemos.
En comparación, los problemas de los activos varados y los créditos en mora que surgirán a medida que los inversores rehúyan cada vez más a los combustibles fósiles se tornaran en mucho más fáciles gestionar. La mayoría de los bancos podrán absorber estas pérdidas y reorientar sus carteras de préstamos para acelerar la transición verde. Si algunos no pueden hacer el cambio porque están “totalmente comprometidos” con los combustibles fósiles, puede que surja la necesidad de que los reguladores nacionales tengan que establecer “bancos malos” con el fin de eliminar y restructurar los activos literalmente tóxicos sacándolos de los libros de los bancos. Los reguladores han intervenido de manera similar en anteriores ocasiones, y pueden hacerlo de nuevo.
Los bancos de todo el mundo pueden y deben amplificar y acelerar la transición verde. Los gobiernos por sí solos no tienen los recursos para pagar el cambio a emisiones netas cero. Pero los gobiernos y los reguladores bancarios, actuando de manera concertada, pueden cambiar las estructuras de incentivos en el sector financiero. Ello contribuiría a reorientar un enorme flujo de fondos hacia proyectos necesarios para garantizar un suministro de energía que sea suficiente para sustituir a los combustibles fósiles. Esos nuevos proyectos impulsarán la productividad, fomentarán el crecimiento, sacarán a las economías del estancamiento secular e iniciarán una transformación industrial de décadas de duración, llevándonos hacia lo que yo llamo la Globalización Verde 2.0.
La globalización verde puede generar un futuro más sostenible, que sea más equitativo y más habitable, y que además tenga mayor resiliencia; un futuro que no sólo sea para los seres humanos, sino que también sea para todas las especies del planeta. Sabemos lo que se necesita. Los reguladores bancarios deben ser audaces y ayudar a que los bancos y las economías den el salto verde hacia adelante antes de que sea demasiado tarde.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
WASHINGTON D.C. – Muchos de nosotros habíamos guardado esperanzas, quizás de manera ingenua, acerca de que los líderes mundiales que se reunieron en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow el otoño pasado iban a acelerar significativamente los esfuerzos internacionales y nacionales dirigidos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No fue así. Los gobiernos lograron algunos avances con respecto a las emisiones de metano, la deforestación, y la transición a los vehículos eléctricos. Pero otras medidas necesarias, sobre todo, compromisos y planes nacionales mucho más ambiciosos, se pospusieron un año más.
El mundo no puede darse el lujo de perder más tiempo. De acuerdo a las tendencias actuales, nos quedan diez años antes de agotar nuestro presupuesto global de carbono, llegar a puntos de inflexión interconectados y sin retorno, y cruzar entre accidentes el límite de 1,5º Celsius de calentamiento global, límite que los gobiernos y los científicos advierten que es esencial no cruzar, si deseamos que nuestros hijos y nietos tengan un futuro habitable.
Entonces, ¿qué se debe hacer? Como máxima prioridad, los reguladores y los bancos centrales deberían cobrar a los bancos el precio real de sus contaminantes carteras de préstamos para combustibles fósiles, cambiando permanentemente de este modo los incentivos, es decir inclinándolos en favor de la financiación de la transición verde.
Tal como Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha dejado bien claro: se debe detener la explotación y el desarrollo de nuevos yacimientos de petróleo y gas. La AIE también advierte de que el mundo no puede construir ninguna nueva central eléctrica de carbón si quiere alcanzar el objetivo de emisiones netas cero para el año 2050 y, por lo tanto, limitar el aumento de la temperatura global a un nivel seguro.
El endurecimiento de los requisitos de capital relativos a la financiación de proyectos de combustibles fósiles puede ayudarnos a alcanzar este objetivo. En concreto, se debería exigir que los bancos paguen un cargo de capital “uno por uno” por cualquier préstamo nuevo para combustibles fósiles, tal como propuso recientemente una coalición internacional de inversores, académicos y grupos de la sociedad civil. Además, los reguladores deberían introducir un cargo de capital a los préstamos para combustibles fósiles que ya estén en existencia. Este cobro obligatorio dependería de la naturaleza de la actividad financiada y aumentaría con el pasar del tiempo.
De esta manera, el cambiar los incentivos de inversión que se brindan a los bancos tendría efectos inmediatos y rápidos en las estrategias y carteras de dichos bancos. Al tomar estos pasos simples pero importantes, los responsables de la formulación de políticas alinearían las regulaciones de capital con el creciente consenso climático internacional entre bancos centrales, muchos de los cuales en la actualidad aceptan que sus mandatos contengan un requisito implícito sobre tomar medidas con respecto al cambio climático a fin de ayudar a garantizar la estabilidad financiera.
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El Comité de Supervisión Bancaria de Basilea está estudiando actualmente la forma cómo la regulación debe tratar los riesgos en materia de cambio climático. Estos tecnócratas deben tomar la iniciativa y hacer que los contaminadores del clima paguen, subrayando de esta manera la necesidad absoluta de poner un alto al otorgamiento de nuevos préstamos dirigidos a combustibles fósiles.
Cuando los grupos de presión que cabildean a favor de los bancos afirman que dicha medida sería demasiado costosa, la respuesta apropiada es: “¿Comparándola con qué?” La reaseguradora Swiss Re, que cuenta con algunos de los mejores modeladores climáticos del mundo, calcula que una quinta parte de los países se enfrenta a un posible colapso de sus ecosistemas debido a la pérdida de biodiversidad y pronostica que no actuar con respecto al cambio climático podría costar hasta el 18% del PIB mundial para el año 2050. La economía europea podría contraerse un 10,5%. Este costo – la realidad multibillonaria y candente de la inacción y la demora – es demasiado alto como para que lo soportemos.
En comparación, los problemas de los activos varados y los créditos en mora que surgirán a medida que los inversores rehúyan cada vez más a los combustibles fósiles se tornaran en mucho más fáciles gestionar. La mayoría de los bancos podrán absorber estas pérdidas y reorientar sus carteras de préstamos para acelerar la transición verde. Si algunos no pueden hacer el cambio porque están “totalmente comprometidos” con los combustibles fósiles, puede que surja la necesidad de que los reguladores nacionales tengan que establecer “bancos malos” con el fin de eliminar y restructurar los activos literalmente tóxicos sacándolos de los libros de los bancos. Los reguladores han intervenido de manera similar en anteriores ocasiones, y pueden hacerlo de nuevo.
Los bancos de todo el mundo pueden y deben amplificar y acelerar la transición verde. Los gobiernos por sí solos no tienen los recursos para pagar el cambio a emisiones netas cero. Pero los gobiernos y los reguladores bancarios, actuando de manera concertada, pueden cambiar las estructuras de incentivos en el sector financiero. Ello contribuiría a reorientar un enorme flujo de fondos hacia proyectos necesarios para garantizar un suministro de energía que sea suficiente para sustituir a los combustibles fósiles. Esos nuevos proyectos impulsarán la productividad, fomentarán el crecimiento, sacarán a las economías del estancamiento secular e iniciarán una transformación industrial de décadas de duración, llevándonos hacia lo que yo llamo la Globalización Verde 2.0.
La globalización verde puede generar un futuro más sostenible, que sea más equitativo y más habitable, y que además tenga mayor resiliencia; un futuro que no sólo sea para los seres humanos, sino que también sea para todas las especies del planeta. Sabemos lo que se necesita. Los reguladores bancarios deben ser audaces y ayudar a que los bancos y las economías den el salto verde hacia adelante antes de que sea demasiado tarde.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos