ATENAS – La economía tiene un problema intratable con las mujeres. Las estudiantes de secundaria la evitan. Las universitarias la abandonan. Y es más profundo que la dificultad de atraer a suficientes mujeres a áreas como la matemática, la ciencia y la ingeniería. Incluso aquellas que llegaron a la cima de la disciplina, como Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, consideran que los economistas son una «camarilla tribal» con modelos defectuosos.
Una de las razones del rechazo femenino a este campo de estudios es el hecho de que gira en torno de un cerdo machista que se presenta como la encarnación de la racionalidad económica. Incontables modelos económicos para una variedad de temas que van de la demanda de patatas a los efectos del tipo de interés sobre la inflación y la inversión se basan en el supuesto del Homo economicus: un ficticio simplón hiperracional similar a un Robinson Crusoe que siempre consigue lo que quiere y quiere lo que consigue (entre todas las alternativas viables).
Ninguna mujer sensata puesta frente a este modelo se reconocerá en la descripción de las personas racionales como robots algorítmicos, siempre dispuestos a destruir el planeta a cambio de una ínfima ganancia privada neta, siempre incapaces de hacer lo correcto porque es lo correcto. Y a los varones conscientes también les desagrada este Homo economicus, de modo que sólo los más insensibles adoptan a ese «hombre» como arquetipo del comportamiento racional.
ATENAS – La economía tiene un problema intratable con las mujeres. Las estudiantes de secundaria la evitan. Las universitarias la abandonan. Y es más profundo que la dificultad de atraer a suficientes mujeres a áreas como la matemática, la ciencia y la ingeniería. Incluso aquellas que llegaron a la cima de la disciplina, como Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, consideran que los economistas son una «camarilla tribal» con modelos defectuosos.
Una de las razones del rechazo femenino a este campo de estudios es el hecho de que gira en torno de un cerdo machista que se presenta como la encarnación de la racionalidad económica. Incontables modelos económicos para una variedad de temas que van de la demanda de patatas a los efectos del tipo de interés sobre la inflación y la inversión se basan en el supuesto del Homo economicus: un ficticio simplón hiperracional similar a un Robinson Crusoe que siempre consigue lo que quiere y quiere lo que consigue (entre todas las alternativas viables).
Ninguna mujer sensata puesta frente a este modelo se reconocerá en la descripción de las personas racionales como robots algorítmicos, siempre dispuestos a destruir el planeta a cambio de una ínfima ganancia privada neta, siempre incapaces de hacer lo correcto porque es lo correcto. Y a los varones conscientes también les desagrada este Homo economicus, de modo que sólo los más insensibles adoptan a ese «hombre» como arquetipo del comportamiento racional.